“El universo cinéreo en el que Kemuru bailaba sin moverse del sitio era, a la vez, mitad humo y mitad incienso. Y aunque ella misma me dijera lo contrario, encontré que uno de los semisegmentos de su imperio de reflejos y sombras era parecido a los propios versos que yo a menudo concibo; si su reino gobernaba humo y olores tan hipnóticos como exóticos, el mío remueve humo y cenizas. Ella, desde su podio, juega con las perspectivas, con las sensaciones que pugna por inculcar -que no transmitir- en sus más fieles y fervientes seguidores; en cambio, mi pluma, atrevida e inexperta, remueve, por ahora, los cadáveres de realidades asesinadas usando como armas homicidas nada más y nada menos que probabilidades descartadas. Me lo negará, pero ambas aspiramos a esgrimir ilusiones como puñales; nos movemos en redes todavía discordantes, pero tiempo al tiempo, y los hilos coincidirán. Así lo veo, así lo creo y así lo escribo aquí, donde la tinta manda y erige. En cuanto a impresiones desencadenadas... ¿creo realmente que la mencionada emperatriz de volátiles reflejos es una diosa envuelta en la piel de una simple humana? oh, quién sabe. Tal vez sí, tal vez no. ¿Importa? lo parece, y ahí está la clave para tratarla debidamente. Para mirarla como tiene que ser. Para idolatrarla. Después de todo, uno nunca debe aspirar a ser más que la propia imagen que ofrece, ¿no? Kemuru no Hime actúa como una diosa: dona milagros estupendos e inconcebibles a los hombres, deliciosas bellezas intransmisibles, divinas mentiras idealizadas, convicciones de un futuro tan extraordinario, que todas las promesas de los sacerdotes al uso o de los propios gobernantes del país no son más pálidas palabrerías frente a la realidad de semejante prodigio sagrado puesto, sabe el devenir por qué, sobre la tierra que pisamos.
Los que nos deslizamos a su alrededor, sin hacer ruido y, quizás, moviendo los hilos que ella tiende hacia direcciones insospechadas, no somos más que siluetas, fantasmas huecos, desarraigados, que se mueven entre nieblas que no aciertan, por el momento, a descifrar. Pero ahí estamos, [b]conformando[b]. Diseñando. Domando. Modelando. Inventando. Y donde hay un hilo puesto, tal vez, porque sí, atamos otro más que vaya a juego; y disimula, porque, ¿qué dios es capaz de memorizar todos y cada uno de los mecanismos que va dejando a su paso? y así, poco a poco, sin que, seguramente, la propia Kemuru se dé cuenta, son sus súbditos quienes les dan un uso real a esos hilos tejidos de humo, incienso y vapor. Ella romperá la cáscara del tiempo, pero nosotros recogeremos esos segundos, minutos, horas y estaciones que se derramen sobre el suelo y, cada cual, los pondrá donde los crean conveniente. Sí, la bella y atrayente Kemuru no Hime puede que sea una diosa, pero, ¿qué es una deidad, sino un ojo blanco y frío? un cuarto de luna en equilibrio sobre el humo, que pestañea y pestañea, mientras que, a su alrededor, todo se va convirtiendo en polvo.”
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